La compañía de teatro El Alakrán actuará en el Festival de Avignon el próximo mes de julio. También estará Israel Galván. La Carnicería Teatro ha actuado allí en varias ocasiones. Otros muchos artistas españoles muestran sus espectáculos en los más importantes festivales y teatros del mundo y, sin embargo, apenas son vistos en España.
No, no es que en España no haya teatros. Desde la Transición se hizo un gran esfuerzo por dotar a las ciudades con teatros bien equipados. Una vez inaugurados, nadie se preguntó qué debía hacerse en esos lugares y, poco a poco, se convirtieron en el obstáculo que ahora son. Una muralla que separa al público de los artistas, un equipamiento que resulta una carga para los políticos que se preguntan para qué necesitamos teatros en el siglo XXI. Los directores de estos espacios, que en muchas ocasiones son funcionarios, bastante tienen con intentar perpetuarse en el cargo conservando las instalaciones limpias y el concejal tranquilo.
Los cientos de salas repartidas por España se agrupan hoy en torno a La Red, organismo que las emparenta y que organiza diversas actividades como visitas a ciudades “de teatro” como Londres o Berlín. Los funcionarios van a esos viajes, ven algún espectáculo –la mayor parte de las veces prefieren quedarse charlando en el restaurante– y vuelven a sus puestos después de un agradable fin de semana.
Mientras, toda una generación de artistas escénicos ha tenido que emigrar para desarrollar su trabajo. La Ribot, Cuqui Jerez, Óskar Gómez, Blanca Calvo, Ion Munduate, Juan Domínguez, Olga Mesa y muchos otros no tan conocidos tuvieron que irse. Otros tantos se mantuvieron trabajando en España con la convicción que sólo sobrevirían si eran capaces de ser vistos en el extranjero. ¿Pero cómo iban a ser vistos si nadie los programaba en su propio país? Así, artistas de la talla de Marcel·lí Antúnez, tuvieron que renunciar a poder trabajar en el país en el que vivía.
No estoy narrando una situación desconocida. Todos los gestores, funcionarios, artistas, productores y técnicos del teatro público o privado saben de esta situación. Todos se reunen periódicamente para planear estrategias que hagan de los teatros públicos lugares permeables, plurales y útiles. Todos están de acuerdo en que no capitalizar el talento de los mejores artistas nacionales para alimentar al público y a las nuevas generaciones envejece peligrosamente las plateas. Tras esas voluntariosas reuniones, directores, técnicos y demás se encuentran con los “intereses creados” que aprietan demasiado y se dicen “que lo haga otro”. La responsabilidad siempre es de otro, de alguien que está más arriba, de alguien que, él sí, tiene el poder de cambiar las cosas.
En otros países las compañías de teatro trabajan dentro de los teatros. No son invitadas como si se tratara de un raro favor. En otros países las compañías de teatro hacen giras por su país antes de dar el salto al extranjero. En otros países los teatros públicos están abiertos a todas las escenas. En España los teatros de la red pública vuelcan sus recursos en los bolsillos de unas grandes productoras con sospechosas prácticas monopolísticas. Y, por otra parte, las compañías de teatro y danza, junto con un montón de gestores, han empezado a trabajar a espaldas de esos cementerios que llaman teatros. Lugares como el Centro Párraga de Murcia o La Laboral de Gijón, festivales como Panorama Olot o Escena Contemporánea de Madrid, incluso museos como el Reina Sofía o el CCCB han asumido la responsabilidad que un día omitieron los grandes teatros. Es una solución provisional. Tarde o temprano tendremos que ponernos manos a la obra, incinerar a los muertos y volver a ocupar las salas de teatro. Mientras tanto, seguiremos yendo a Avignon a ver las compañías españolas que no nos dejan ver aquí.
Publicado en El Mundo, 09/07/09. Ilustración: Misscapricho