En la Consagración de la primavera de Roger Bernat se cruzan lo corporal y lo mental para sacar al sujeto de la ilusión en la que está inmerso, confrontándolo con su propia falla y desnudez. Cuando la obra termina uno se da cuenta de que, como ocurre en la experiencia del Zen, de un psicoanálisis, o como en la vida misma, al fin y al cabo, la representación ha tenido lugar en su cabeza, y uno ha ocupado un rol mucho más activo del que creía tener; se ha visto obligado a tomar decisiones, a dudar de ellas, a echar mano de sus propias interpretaciones, a hacer o a dejar de hacer, a observar y saberse observado, en una rotunda soledad, rodeado de vacío. Bernat da un paso más en el trabajo iniciado en 2008 con Domini Públic y nos sitúa de manera radical frente a nuestro propio deseo de espectáculo, y lo que es aún más interesante, frente a nuestra responsabilidad subjetiva, esto es, nuestra capacidad para dar o dejar de dar sentido a lo que hacemos y nos rodea.
Desde la aparición del discurso postmoderno sabemos que la verdad tiene estructura de ficción, y que la realidad no nos es accesible directamente sino a través del lenguaje y sus significantes. Nuestra experiencia, incluso la de la misma ciencia, sólo es articulable o decible a partir de un sistema de signos interpretables. Sin embargo, hay todavía quienes confunden la interpretación con la realidad misma, imponiéndonos la tiranía de un sentido totalizador. Un mundo sin lugar para el equívoco, para la falla o vacilación de sentido es un mundo de locos, como lo es el nuestro. Por eso cada vez que alguien intenta dar cuenta de ese vacío, de la imposibilidad para explicarlo e interpretarlo provoca en nosotros, por paradójico que parezca, un sentimiento de alegría. Roger Bernat nos recuerda, además, que para conseguirlo no basta con el ejercicio de una intelección, sino que el individuo ha de pagar ese acceso con la experiencia del propio cuerpo.
Vanessa Núñez, Psicoanalista, Junio 2010
Foto de Blenda