Los juicios son audiencias públicas en las que los «actores» representan unos papeles delante de un público. En algunos casos el público, a través del jurado popular, tiene incluso la facultad de participar físicamente declarando la culpabilidad o inocencia de la persona acusada. En los más de 10 años que Yan Duyvendak y yo estuvimos girando con Please, continue (Hamlet) tuvimos la ocasión de ver las sutiles diferencias que hay en las diferentes «liturgias» de la justicia. Los jurados populares brasileños no tienen permiso de comunicarse entre ellos. Cada una de las personas que conforma el jurado tiene prohibido hablar con nadie y, al acabar el juicio, después de reflexionar en soledad, tienen que introducir su veredicto en una urna, como si de un voto se tratara. Los jurados franceses se retiran a deliberar en presencia de los jueces que han presidido el juicio, mientras que en España lo hacen sin la ayuda de los profesionales. Estas pequeñas diferencias en la «puesta en escena» apuntan a una ideología.
José Antonio Sánchez acaba de publicar Tenéis la palabra, donde traza los lazos que unen a la justicia con el teatro, dos instituciones que comparten procedimientos y arquitectura, y tienen una historia paralela.