Esta es la respuesta a la crítica que Quim Pujol colgó en su blog de Tea-tron. Desgraciadamente ese blog no admite comentarios, así que cuelgo la respuesta aquí. Y, de paso, me pregunto cómo alguien que me tacha de totalitario puede tener un blog con los comentarios bloqueados (al menos la prensa clásica los recibe a través de las Cartas al Director. Ver para creer).
Ahí va:
Quim Pujol me compara a Eichmann (teniente-coronel de las SS) y, de paso, insinúa que La consagración de la primavera que he dirigido junto a un grupo de artistas mexicanos y chilenos es una pieza fascista. No doy crédito. El texto es grotesco y sobreactuado pero merece una respuesta. Porque me pregunto ¿qué coño tiene que ver el nazismo con la Consagración?
Todos tenemos en la memoria los espectáculos totalitarios que nos ha dejado el siglo XX. Desde el congreso de Núremberg a las paradas militares de las dictaduras del proletariado. Son grandes espectáculos con una estructura cerrada donde se persigue la hipnosis del espectador a través de la fascinación que produce el gesticulante aparato escénico de luz y de color. Sus discursos son unívocos y el espectador es galvanizado contra la duda. ¿Qué tienen que ver esos estilemas con la Consagración? La Consagración enfrenta al espectador a una AUSENCIA. El espectador entra al escenario y allí no hay NADA. Todo va a tener que ser construido para generar un FANTASMA, el fantasma de la memoria de la coreografía de Pina Bausch y, a la vez, el fantasma de nuestra propia coreografía, la de los que estamos construyendo el espectáculo. Nada se afirma delante del espectador, todo va a tener que ser imaginado. Por otra parte, el andamiaje de la Consagración es siempre visible. No hay ninguna herramienta que vaya destinada a producir la fascinación acrítica puesto que va a ser el espectador que construya toda la ficción.
Sí, es verdad que en el espectáculo hay aproximadamente 1000 órdenes repartidas en 3 canales que los espectadores tienen que seguir (si les apetece). En todo caso, infinitas menos de las que se necesitaron para realizar las históricas coreografías de Diaghilev, Maurice Béjart o Pina Bausch, en las que más de 30 intérpretes tuvieron que seguir las órdenes de sus coreógrafos para realizar lo que meses más tarde iba a ser representado ante el público. No creo que nuestro empelucado crítico tachara de nazis a esos coreógrafos por el simple hecho de hacer una coreografía. Es más, esos coreógrafos, como muchos de los que se dedican a la construcción de espectáculos, no sólo dictaron el movimiento de sus intérpretes sino que también dictaron el movimiento de la pupila de los espectadores decidiendo intensidades de luz, entradas y salidas de los intérpretes, etc. La mirada del espectador siempre está dirigida por el que construye el espectáculo.
La única diferencia es que la Consagración que he dirigido problematiza esta relación. El espectador de mi Consagración tiene que decidir a cada momento si se echa al ruedo o no lo hace, tiene que interpretar cada orden, no sólo para entender lo que se está pidiendo sino para realizarlo desde su propio cuerpo y, finalmente, tiene que interpretar lo que el conjunto dibuja, la coreografía que entre todos se está realizando. Tal y como apuntaba una psicoanalista, la Consagración opera sobre el espectador como un análisis. El espectador tiene que atravesar el fantasma de su propio deseo. Se enfrentará a la necesidad de ver un espectáculo puesto que el espectáculo nunca estará frente a él, sobre el escenario, y eso lo hará preguntarse una y otra vez sobre su papel de espectador, sobre aquello que especta.
En este sentido, muy a pesar de Quim Pujol, el espectáculo funciona a las mil maravillas puesto que su histriónica crítica no deja de ser el síntoma que se desprende de su incomodidad de espectador y habla, mas que del espectáculo, de su particular neurosis. Quim Pujol quiere ser diferente. Quim Pujol no quiere hacer lo mismo que hacen los demás espectadores y eso lo lleva a «cruzar el escenario a la pata coja». La búsqueda de la diferencia siempre fue un drama de salón y las revoluciones de salón suelen ser «a la pata coja». El verdadero drama es el otro, el del que tiene que reivindicar la igualdad. Y el espectáculo persigue ese sentimiento a través de la danza.
El baile colectivo que se producía en las celebraciones dionisíacas, saturnales o carnavalescas tenía un efecto integrador e individualmente emancipatorio que las clases dirigentes siempre vieron con desconfianza. Por eso se fue prohibiendo. La Consagración retoma ese aspecto emancipatorio de la danza (antes de que ésta fuera convertida en un placer para ser visto y no para ser vivido) y Quim Pujol se coloca del lado de las clases dirigentes, por algo lleva peluca, signo que distinguía a los nobles del populacho. Por eso mismo su ceguera con respecto del espectáculo es ideológica y no circunstancial. Quim Pujol se ve a sí mismo como CRÍTICO y para justificar su posición jerárquica en la pequeña corte de TEA-TRON no puede ser un mero espectador que, como los demás, se embriaga con la música de Stravinsky.
Desgraciadamente se han hecho habituales los discursos críticos encerrados en el laberinto del propio ombligo. Es patética esa ceguera y muy elocuente el exaltado estilo en que se expresa. A veces el estilo explica mucho más que las palabras en sí mismas. ¿No es acaso la vacía pirotecnia verbal que invoca al mismísimo Eichmann donde SÍ se encuentra el estilo del fascismo espectacular? ¿No es acaso en ese rasgarse las vestiduras y hablar de Terror ante la «autoinmolación de la sociedad» donde está la amanerada sobreactuación de la retórica totalitaria? ¿Tener un blog de crítica sin aceptar comentarios que promuevan el diálogo no es acaso un gesto mucho más explícito que cualquier discurso? Si al menos tuviera la gracia de Albert Speer…
Foto de Blenda