Roberto Villalón: ¿Cómo se hacen las imágenes?

Cristóbal Hara: Las imágenes se hacen de muchas maneras. Yo había tenido tanta frustración con la etapa de blanco y negro… Me aburría a mí mismo, porque veía que otros lo hacían mucho mejor. Y yo no era capaz de avanzar. (…) ¿Qué era el lenguaje? Pues había una serie de reglas: lo importante lo pones en el centro, o la regla de los tercios, o la importancia de las miradas… Toda la fotografía americana y la mundial está basada en el sentimentalismo de las miradas. O si haces refugiados hay que hacer la madre con el niño…

RV: ¿Empezaste a saltarte las normas?

CH: Empecé a coger cada norma y buscar alternativas. Yo sabía cuál era la fotografía “buena” que había que hacer ahí, pero buscaba hacer otra distinta.

RV: Has comentado que te llegaban a insultar cuando enseñabas esas fotografías.

CH: Sí, sí. Me decían que no sabía componer. Incluso una vez, trabajando en Levante, uno me estuvo siguiendo y acabó diciéndome: “No me extraña que hagas fotos tan malas, si trabajas al tuntún”. Y nada, le dije que muchas gracias.

Entrevista aparecida en Clavoardiendo (23/06/2016)

Yo también había sido rehén de una manera de hacer teatro. Creo que entre 1998 y 2008 estuve básicamente haciendo –como dice Hara– espectáculos que hacían mucho mejor otros. Aún y ser consciente de la tiranía de la frontalidad, de la presencia, del silencio o de la concentración que todavía hoy algunas personas echan en falta en mis espectáculos, no fue hasta Domini Públicque sentí que me liberaba de ese lenguaje. (Fue también con Domini Públic que críticos importantes como Marcos Ordóñez, que había apoyado contra viento y marea mis trabajos anteriores, se fueron para no volver).

Mi alternativa fue dejar de ir a buscar acontecimientos únicos y personas singulares para poner en escena la imperfección y la banalidad. Girar el objetivo y dejar de apuntar a los otros para apuntarnos a nosotros en tanto que público, en tanto que espectadores de la historia, en tanto que proyecto fallido de la modernidad. Porque si el teatro se ha pasado el siglo XX intentando movilizar al público ha sido porque, a los ojos del artista político y del político artista, el público es básicamente un zángano al que hay que sacudir para conseguir que se movilice y se convierta en sujeto. Yo me dejé de identificar con los pastores y me identifiqué con los rebaños.

Por eso pretender que, porque mi teatro tenga al público de pie o haciendo cosas, el objetivo del mismo es movilizarlo es una confusión. Yo no considero que estar en la oscuridad de una platea mirando un espectáculo sea una actividad pasiva. De hecho, a diferencia de lo que ocurre en los cines o en los museos, en los teatros no se hace el espectáculo si no hay público, porque es probablemente el único lugar en el que la presencia de los espectadores forma parte del juego mismo y sin éstos la «partida» no es posible.

Si algo ha cambiado sustancialmente el ADN del espectador ha sido la transformación del escenario teatral en pantalla. Las leyes del teatro del XIX fueron adoptadas y dieron pie al cine y a todas las pantallas que lo siguieron. Las pantallas dividen nuestras vidas: Por un lado, la vida abstracta de detrás de las pantallas, y por el otro la vida física que tenemos con animales y objetos. Ése es el terreno del teatro. El hecho de estar encerrados en un mismo lugar con otros seres vivos es lo que distingue el teatro de sus epígonos. Hacer visibles las reglas que atraviesan nuestra conducta para hacer soportable el simple hecho de compartir un lugar con otros seres vivos es lo que el teatro lleva haciendo desde siempre.

Sin embargo, en un mundo cuya principal consigna es la participación, podemos seguir pretendiendo que el teatro sea un lugar donde ir a concentrarse, aislarse y reflexionar. Pero eso sería probablemente fantasear el mundo y simplificar el teatro. En Domini Públic la presencia de los espectadores es tan huidiza como previsible, tampoco es posible concentrarse con una voz que no deja de taladrarte a preguntas y órdenes, y al salir de la función tienes la impresión de haberte perdido una parte importante del espectáculo. Domini Públic se parece probablemente más a la experiencia de un parque temático que al visionado de un espectáculo teatral.

Pero el mundo ya no es un decorado que es posible mirar desde lejos y abarcarlo con la mirada como ocurre con el escenario teatral. De hecho, como ha demostrado Georges Balandier, el edificio teatral ya no representa el mundo en el que vivimos. En todo caso representa el mundo en el que vivieron nuestros antepasados (y por eso es mucho más fácil ver textos clásicos allí que textos contemporáneos). Nuestro mundo ya no se divide entre actores y espectadores. Quizás todavía queden los primeros, pero espectadores ya no hay.

Fotografía de Blenda. Domini Públic, Brasilia.